Las fobias son temores irracionales, excesivos y fuera del control voluntario, que llevan a la evitación de la situación o del objeto temido. Su frecuencia varía según la fobia, de forma que las fobias simples, referidas a un objeto o situación concreta, se encuentran en el 5,5% de la población general. La fobia social, asociada a situaciones sociales (comer o beber en público, hablar en público), ocupa el 4,5% y la agorafobia (temor a plaza o lugares públicos) se halla en el 2,5% de la población general.
Requieren tratamiento que varía según el tipo de fobia: psicológico en la simple y combinación farmacológica-psicoterapia en el resto.
¿A quién afectan las fobias?
Los temores fóbicos son muy frecuentes en la población infantil hacia los 3-5 años (90%) pero decrecen posteriormente hasta desaparecer en la adolescencia. En la edad adulta, la frecuencia de las fobias en la población general varía según el tipo: la fobia simple o específica muestra una prevalencia del 5,5%; la fobia social del 4,5% y la agorafobia del 2,5%.
Clasificaciones de las fobias
Aunque se han establecido clasificaciones de las fobias muy diversas, la que actualmente tiene más aceptación es la que distingue las fobias específicas o simples de las fobias sociales y la agorafobia.
Las cuatro características fundamentales de las fobias, que las diferencian de los simples temores, son las siguientes:
- Son desproporcionadas a la situación que las crea.
- No pueden ser explicadas o razonadas.
- Se encuentran fuera del control voluntario.
- Conducen a la evitación de la situación u objeto temidos.
Estas cuatro características permiten diferenciar perfectamente las fobias, que son patológicas, de los temores que pueden experimentar los seres humanos normales. En el caso de los temores, el miedo es proporcional a un estímulo concreto, que de manera objetiva es fuente de temor y, por tanto, puede ser razonado. Asimismo, el temor puede ser controlado y no necesariamente lleva a evitar la situación objeto de temor.
Las fobias específicas o simples
Se definen como temores acusados, persistentes excesivos o irracionales desencadenados por la presencia de un objeto o situación específica concreta. La lista de temores fóbicos es muy amplia y va desde estímulos frecuentes (temor a enfermedades o nosofobia; temor a la sangre o hematofobia; temor a las serpientes u ofidiofobia; temor a los perros o cinofobia) a otros raros y curiosos (temor a ser enterrado vivo o tafiofobia; temor a la rabia o lisofobia; temor a los ríos o potafobia; temor a los carruajes o amaxofobia; temor a los gusanos o teniofobia).
No se sabe con certeza la causa de estos temores fóbicos, algunos peculiares, si bien la carga genética es pequeña (excepto para la fobia a la sangre). De cualquier forma, el origen es infantojuvenil (media 15 años) y su curso es crónico. Si la fobia no interfiere en la vida ordinaria, no requiere tratamiento y el sujeto se limita a evitar el estímulo fóbico. Sólo un 20% solicita tratamiento, que no debe ser farmacológico, sino a través de técnicas de psicoterapia cognitivo-conductual.
Cuando la persona se expone al estímulo temido, sufre invariablemente una respuesta inmediata de ansiedad, similar a una crisis de angustia, con todo el cortejo de angustia intensa y descarga física neurovegetativa. Por esta razón, el sujeto, que suele tener una personalidad normal y buena adaptación sociolaboral, se protege evitando enfrentarse al estímulo temido. Fuera de la situación de enfrentamiento, estas personas no tienen ansiedad y son completamente normales.
Hay dos tipos de fobias específicas peculiares: la fobia a la sangre y a las inyecciones, y las fobias a animales. La primera (hematofobia) es un grupo especial, ya que tras la primera fase de excitación del sistema nervioso simpático se produce otra de predominio parasimpático (bradicardia, hipotensión, mareo) que contrasta con la taquicardia e hipertensión propias del resto de las fobias. Aparece en la infancia, tiene una marcada incidencia familiar y responde muy bien al tratamiento con psicoterapia conductual.
Por su parte, las fobias a animales (zoofobias) son más frecuentes. Se inician en la infancia, son más prevalente en el sexo femenino y evolucionan a la cronicidad.
Fobia social
Se entiende como fobia social el temor acusado y persistente ante una o más situaciones sociales o actuaciones en público, en las que el sujeto se ve expuesto a personas que no pertenecen al ámbito familiar o a la posible evaluación por parte de los demás. El sujeto teme actuar de un modo que sea humillante o embarazoso y mostrar síntomas públicos de ansiedad.
La fobia social es frecuente (prevalencia en la población general del 4,5%) y suele iniciarse en la adolescencia (a los 16 años).
Las situaciones sociales más temidas son beber, comer o hablar en público, escribir en presencia de otros, mantener entrevistas, pedir información a desconocidos o utilizar baños públicos. Suele acompañarse de ereutofobia (temor a ruborizarse). En los últimos años se distingue entre fobias sociales generalizadas (referidas a muchas situaciones sociales) y no generalizadas, representadas por el temor a hablar en público.
Sea cual sea el estímulo que produce el temor, provoca casi invariablemente una respuesta inmediata de ansiedad, similar a una crisis de angustia situacional. El sujeto reconoce el carácter excesivo e irracional del miedo, pero no puede sustraerse a él, por lo que más bien tiende a evitarlo. Según el tipo de fobia social, ésta puede interferir con la rutina normal del sujeto en sus relaciones sociales y laborales, así como crear un intenso malestar clínicamente significativo.
En los consensos internacionales se señalan como puntos más importantes de la fobia social, que permiten distinguirla de otras enfermedades los siguientes:
- Tiene su inicio en la infancia (14-16 años).
- El trastorno está limitado a situaciones sociales.
- El rubor es el síntoma principal, aunque pueden presentarse otros (temblor, palpitaciones, ansiedad, sudoración, etc.).
- La fobia está precipitada por situaciones sociales.
- Se presentan pensamientos negativos durante las situaciones sociales, en relación con posibles consecuencias catastróficas derivadas de éstas.
Tratamiento de la Agorafobia
En la actualidad se tiende a pensar que en la causa de las fobias sociales se entremezclan factores genético-constitucionales y ambientales. Por esta razón, el mejor tratamiento es la combinación de fármacos y psicoterapia de orientación cognitivo-conductual. El tratamiento mixto (psicofarmacológico y cognitivo-conductual) es aconsejable, puesto que la fobia social evoluciona hacia la cronicidad y la remisión espontánea sin tratamiento es improbable.
Es de destacar que existen diferencias, aunque sutiles, entre el trastorno de la personalidad por evitación y la fobia social, que es un trastorno clínico. Algunos aspectos que delimitan el trastorno de personalidad por evitación, como rehuir actividades que impliquen contacto interpersonal, evitar relacionarse si no se está seguro de agradar, huir de relaciones íntimas, miedo a ser criticado o a no ser aceptado, rechazo de nuevas situaciones interpersonales y autoestima negativa recuerdan a la fobia social, pero en el caso de ésta el temor fóbico es más específico de situaciones concretas y la reacción de angustia frente al estímulo fóbico es más acusada.
Agorafobia
En su sentido original, la agorafobia supone un miedo irracional a lugares amplios o plazas públicas. Sin embargo, actualmente el término implica no sólo el temor a los lugares abiertos, sino también otros temores relacionados, como el pánico a las multitudes y a la dificultad para escapar inmediatamente a un lugar seguro. Cines, teatros, almacenes, aglomeraciones en general, lugares públicos y viajes en metro, autobús o avión son situaciones que frecuentemente se enmarcan en la agorafobia.
Aunque existe una agorafobia independiente de las crisis de angustia, que se circunscribe a situaciones concretas (metro, ascensor, autobús, etc.), en general la agorafobia es secundaria a las crisis de angustia. Recordemos que las crisis de angustia o ataques de pánico suponen para el sujeto que las padece una vivencia de muerte sumamente desagradable, que al principio le lleva a los servicios de urgencias. De forma rápida, se instaura la mencionada ansiedad anticipatoria y todo un cortejo de conductas de evitación para eludir el temor a la crisis. Estas conductas evitativas constituyen la agorafobia, y en los casos más graves llevan al sujeto a una reclusión total en su hogar, que es el lugar que les confiere mayor seguridad.
Lo que subyace es un miedo a la indefensión en determinadas situaciones, más que el temor a la situación en sí misma. Por esta razón, los pacientes reducen e incluso superan las conductas de evitación cuando son acompañados por personas de confianza. Así, en un cine se sientan en las últimas filas y junto al pasillo, por si tienen que huir al sufrir una crisis. En estadios avanzados, estos pacientes presentan preocupaciones hipocondríacas, depresión o abuso de alcohol y tranquilizantes.
La frecuencia de la agorafobia se estima en alrededor del 2,5% de la población general, y la edad de aparición se sitúa en torno a los 30 años.
En la causa de la agorafobia se combinan factores genéticos y constitucionales, que explican fundamentalmente las crisis de angustia generadoras de esta enfermedad, y factores ambientales, que explican la estructuración de las conductas de evitación a través de condicionamientos patológicos. Además, cuando el sujeto ejecuta conductas de evitación se tranquiliza y disminuye la ansiedad, lo cual le estimula a continuar realizándolas de tal modo que se establece un círculo vicioso morboso que sólo puede romperse con el tratamiento.
Tratamiento de la Agorafobia
El tratamiento más eficaz suele ser mixto. Los antidepresivos y a veces el ansiolíticos las crisis de angustia, y las terapéuticas psicológicas ayudan a superar las conductas de evitación agorafóbicas.
¿Qué es una crisis de ansiedad?
Las crisis de ansiedad, también llamadas crisis de angustia o ataques de pánico consisten en una sensación de miedo intenso acompañada de algunos de los siguientes síntomas: palpitaciones, taquicardia, sudoración, temblores, escalofríos o sofocos, sensación de ahogo o de falta de aire, opresión o malestar en el pecho, sensación de no poder tragar, náuseas u otras molestias gástricas, sensación de mareo, sensación de irrealidad (desrealización), sensación de estar separado de uno mismo (despersonalización), miedo a morir, miedo a perder el control o volverse loco, sensación de hormigueo en las manos u otras partes del cuerpo. La duración no sobrepasa los 15-30 minutos.
Para saber más viste la sección Tratamiento de la Ansiedad.