Hace unos meses leía este artículo escrito por Miguel Ángel Mañez en su Blog Salud con Cosas, del que me quedé con la siguiente frase: “la continuidad en atención primaria reduce los ingresos hospitalarios”; y no pude evitar trasladar esta reflexión a mi campo y pensar en la importancia de la continuidad asistencial en salud mental y cuál es la situación actual en este sentido.
La continuidad asistencial.
¿Qué es eso de la continuidad asistencial? El Ministerio de Sanidad publicó en 2014 un documento llamado Transversalidad y Continuidad Asistencial en Salud Mental que habla sobre ella y que se encuentra incluido en la web de la Conselleria de Sanitat en el apartado correspondiente a la Oficina Autonómica de Salud Mental. El documento se centra en varios aspectos, muy importantes todos ellos, pero que giran alrededor de los procesos asistenciales. Así, nos habla entre otras cosas, de “Desarrollar un sistema de gestión integrada que garantice la continuidad asistencial en el proceso de atención; unidades de gestión clínica, historia clínica compartida, modelo de gestión de casos, planificación conjunta de los servicios sanitarios y sociales a nivel territorial”.
Para entendernos mejor, el modelo aboga por una atención basada en la coordinación e integración de todos los servicios implicados en la atención al paciente y de las diferentes unidades pertenecientes a un mismo servicio; o lo que es lo mismo: facilitar los trámites de derivación de atención primaria a salud mental, las derivaciones al centro de salud mental o a otros dispositivos desde la sala de agudos, la coordinación con los servicios de urgencia y con los servicios sociales… todo ello con la finalidad de que el paciente disponga de una atención multidisciplinar con sus diferentes dispositivos y profesionales “perfectamente” coordinados disminuyendo al máximo el riesgo de que “se pierda” dentro del propio sistema y no reciba la atención necesaria en el tiempo necesario.
Pues bien, esto que a priori parece sencillo, a la hora de la verdad no lo es tanto, pero con la voluntad de unos y de otros creo que vamos consiguiendo que el sistema se sostenga aceptablemente, aunque siempre hay cosas que vamos a poder mejorar. Por ejemplo, en muy pocos centros en los que he trabajado (y van ya unos cuantos de diferentes provincias e incluso comunidades autónomas) he visto la figura del gestor de casos: se trata de un enfermero o enfermera encargada del seguimiento global del paciente, incluyendo la gestión de las citas con otros dispositivos u otros servicios; es una figura que conocí durante mi estancia en el Programa de Trastornos Bipolares del Hospital Clínic de Barcelona y que me pareció particularmente útil teniendo en cuenta que tanto entonces como ahora somos los propios médicos quienes nos encargamos en muchos casos de gestionar al paciente la próxima cita y, la verdad, creo que el tiempo que empleamos en esa tarea podría aprovecharse para otras. Poder tener acceso a las historias clínicas de otros centros nos facilitaría también mucho la tarea; entre diferentes hospitales esto se va consiguiendo, pero con dispositivos externos como unidades de media estancia, los dependientes de otras administraciones como la Diputación, o los de colaboración público-privada, no parece que sea así.
La "no continuidad" en la continuidad asistencial.
Hay un aspecto relacionado con la continuidad que no parece tenerse en cuenta, al menos de manera significativa: ¿cómo afecta al paciente la “no continuidad” del personal? ¿Nos hemos parado a pensar cómo se siente un paciente cuando su psiquiatra le dice que en la próxima visita habrá otro en su lugar? Claro, hay veces que esto es inevitable y la mayoría de los pacientes lo comprenden, es lo que he podido comprobar en el caso de mis bajas maternales o cuando finaliza un contrato de sustitución y el paciente ya sabe que eres el sustituto. Pero, ¿y cuándo tu marcha no es voluntaria? ¿Qué pasa cuando por “la normativa” (u otras cuestiones que no merece la pena mencionar aquí) el profesional se ve literalmente obligado a abandonar su puesto de trabajo? Pues pasa, desgraciadamente, que se le ocasiona un sufrimiento innecesario al paciente. Cuando pienso en esto no puedo evitar acordarme del paciente D., un paciente grave que no pudo contener el llanto y necesitó abrazarme para despedirse muy angustiado puesto que esta nueva situación se sumaba a la lista de desgracias en su vida (os podéis imaginar lo bien que le viene esto a una depresión psicótica, ¿verdad?). Aún hoy se me rompe el alma al recordarlo: faltaba sólo mes y medio para mi cese por reincorporación del titular y me ví obligada a cambiar de centro; para D. hubiera sido más justo poder seguir con su psiquiatra en ese momento de la enfermedad (para mí también, claro, los astros se habían alineado para fastidiarme la vida… pero lo más importante era él y yo no pude evitarle ese sufrimiento, como no pude evitar negarme a atenderlo allá adonde yo fuera si es que lo necesitaba…). ¿Que también ocurre que los médicos renunciamos a un contrato en busca de mejores condiciones laborales? Sí, también; la clave está en las condiciones y en que además de médicos somos personas.
Pero D. no es un caso o una situación aislada: pacientes capaces de recorrer 100 km en coche para que les sigas atendiendo, pacientes y familias confusos e indignados porque el médico que pasa planta es distinto según el día de la semana, la fuga de profesionales que está empezando a verse en algunos hospitales de gestión privada como consecuencia del temor al cambio que implica la reversión al sistema público... Y es que, les guste a políticos y gestores o no, hay muchos aspectos en el sistema que no parecen tenerse en cuenta y que acaban repercutiendo negativamente tanto en el paciente como el profesional. Y todos ellos se resumen en uno solo: la falta de verdadera empatía.
¿Qué podemos hacer para mejorar?
Quizá no esté en nuestra mano, o quizá sí. Lo que tengo claro es que no se consigue lo que no se intenta. Hace unos meses asomaba la cabeza por el mundo de la humanización de Proyecto HU-CI y me planteaba qué podríamos hacer para humanizar la atención a la salud mental en este post, o si estaban reñidas la excelencia y la humanización en este otro. En las últimas semanas, gracias a los compañeros impulsores del recién nacido Proyecto HUGES me doy cuenta de que humanizar la asistencia pasa necesariamente por humanizar la gestión. ¿Y qué es lo que puedo aportar yo? Quizá nada, o quizá un poco. Pero en cualquier caso, espero que de algo sirva esta humilde visión.