El camino hacia la humanización sanitaria: también en Psiquiatría

Hace ya un tiempo que el intensivista Gabriel Heras (Hospital Universitario de Torrejón – Sanitas) dio a conocer el Proyecto  HU-CI (Humanizando los Cuidados Intensivos), que tal y como él mismo describe “nace de la necesidad de mejorar, de comprender que los cuidados intensivos están formados por mucha gente (pacientes, familias y profesionales) y que toda ella es igual de importante.” Se trataba, en definitiva, de mejorar la asistencia en las UCIs españolas teniendo en cuenta tanto a pacientes como a familiares y profesionales. El proceso de humanización de las UCIs según este proyecto está implicando una serie de cambios en el funcionamiento de estas unidades que suponen un trato más humano para pacientes y familiares.

Pero, ¿por qué la UCI? Porque no es que el resto de especialidades no merezcan el mismo trato y, de hecho, a raíz de esta iniciativa se oye cada vez más fuerte la voz de la Humanización del Sistema Sanitario que ya en Marzo de 2012 comenzó a alzar Antonio Burgueño en el Blog de la Fundación Pro Humanismo y Eficiencia, y que se extiende hasta el campo de la Gestión Sanitaria, tal y como Iñaki González nos contaba la semana pasada en el Blog de IMF Business School.

Pensemos, pues, qué y cómo es una UCI: una unidad cerrada en la que el estado crítico de los pacientes no permite que haya familiares acompañados salvo a determinadas horas del día y durante unos pocos minutos; imaginémonos por un instante que abrimos los ojos y no podemos hablar, que nos damos cuenta de que estamos rodeados de cables, conectados a un respirador, sin más referencia externa que la vista por el rabillo del ojo de un monitor o sus intermitentes pitidos.... ¿se nos ocurre una situación menos humana que la de estar bordeando la muerte en un ambiente tan poco cálido y tan alejado de los nuestros? A mí no, la verdad. Si algún servicio merecía que alguien pensase en su humanización desde luego era la UCI.

Fue en este momento cuando empecé a cuestionarme si todo lo que había aprendido durante mis años de residente de psiquiatría había sido bueno o adecuado. Había vivido situaciones muy duras pero siempre las asumí como algo inherente a la profesión que había elegido. Y me vinieron a la mente algunas de estas situaciones. Recuerdo especialmente el impacto de una contención mecánica una noche de guardia siendo residente de primer año: se trataba de una menor de edad procedente de un centro de menores y con un historial social verdaderamente alarmante, que acudía a urgencias traída por el personal del centro por alteraciones graves de conducta. A la vista tanto de su conducta agresiva (tengamos en cuenta cómo podría ser ésta en una niña de 10 años que apenas alcanzaría los 40 kilos de peso) y su historial social, el adjunto responsable de la guardia decidió, para mi sorpresa, tratar a esta niña que en la calle se comportaba como una adulta (irresponsable pero adulta: consumo de tóxicos, conducta sexual…) como si se tratara de un paciente adulto, y procedió a su contención mecánica, que se prolongó hasta el cambio de guardia del día siguiente. La sorpresa no fue sólo mía, afortunadamente, y la mayor parte del servicio criticó esta medida y la calificó de atrocidad. Pero ni fue la primera ni fue la última vez que presencié o indiqué una contención mecánica; sí lo fue para el caso de un menor de edad, pero no para el caso de los adultos en quienes las medidas de contención mecánica son muy frecuentemente indicadas cuando el paciente presenta un estado de agitación psicomotriz, aún cuando la norma nos dicta que llevarla a cabo como último recurso y si previamente fallan la contención verbal y/o química.

Ahora imaginemos que, estando deprimidos, la idea del suicidio nos lleva irremediablemente a un ingreso, o que nuestra esquizofrenia, trastorno bipolar o de la personalidad se descompensa y el psiquiatra indica nuestro ingreso en la UHP (Unidad de Hospitalización Psiquiátrica) y que, para más INRI, lo hace en contra de nuestra voluntad y avalado por un juez. La sala de psiquiatría no es menos cruda que la de la UCI, la verdad. Son distintas, sí, en psiquiatría no suele haber cables, monitores o respiradores; de hecho, suele haber bien poco o nada. Suelen ser salas cerradas a cal y canto en las que los pacientes no pueden tener acompañantes, despojados de sus pertenencias personales como el móvil, aislados por completo hasta que se les permiten las visitas y llamadas y las salidas terapéuticas. Suena duro e incluso cruel, pero creerme, todo esto tiene su sentido, una finalidad terapéutica; la clave está en utilizar estos recursos terapéuticos adecuadamente para no incurrir en un abuso de autoridad y violar así los derechos del paciente.

Pero al margen de todas estas medidas, a priori coercitivas pero inevitables en muchos casos, ¿hay algo que podamos hacer para hacer más agradable la estancia de nuestros pacientes y sus familiares en la UHP? Esta es la pregunta que comencé a hacerme cuando conocí la corriente de la Humanización Sanitaria y son muchas las reflexiones que he podido hacer en los últimos años a lo largo de mi recorrido por los diversos servicios de salud mental en los que he trabajado. Mi primera conclusión fue general: para conseguir humanizar la asistencia psiquiátrica deberíamos conseguir humanizar nuestro sistema de salud mental en general, comenzado por la concienciar a la administración sobre la importancia de la salud mental, pasando por gestores y jefes clínicos para, finalmente, llegar a los facultativos y al resto del personal. Y con esto lo que digo es: si yo tengo una buena idea para mejorar la estancia en la sala de agudos pero mi jefe no me apoya, o a mi jefe no le apoya el gerente, o al gerente no le apoya Conselleria (bien sea por desidia, bien sea por déficit de recursos económicos…), nuestra tormenta de ideas se queda en casa y no nos sirve de nada; es decir, necesitamos que nuestros gestores comprendan la importancia de llevar a cabo ciertos cambios, que nos escuchen y nos permitan llevar a cabo mejoras que, en muchos casos, no suponen un coste económico tan elevado. Y, ¿por qué no decirlo? Necesitamos profesionales que estén dispuestos a luchar por conseguir estos cambios, e instituciones dispuestas a apostar por ellos. Pero, desafortunadamente, esto no parece ser tarea sencilla. No hay más que ver cómo el proyecto de reforma del antiguo Psiquiátrico de Bétera en una Unidad de Media Estancia anunciado por la Diputación de Valencia parece haber quedado en un brindis al sol (o, al menos, en un año ha avanzado poco o nada). Y podría seguir poniendo algún que otro ejemplo sobre cómo nuestro actual sistema favorece poco la mejora de nuestros servicios en pro de la calidad y la humanización de la asistencia, y más bien se centra en subsistir manteniendo sus elementos tradicionales, pero no quisiera perder de vista mi verdadero objetivo: describir algunas de las iniciativas humanizadoras de la psiquiatría que ya podemos ver en nuestro país, reivindicarlas y apostar por su generalización.

En los últimos meses son dos las iniciativas que la prensa ha destacado en este sentido. La primera tuvo lugar a finales de Abril cuando el diario La Verdad nos contaba en este artículo cómo los compañeros de Psiquiatría del Hospital General Universitario Santa Lucía de Cartagena (Murcia) ponían en marcha una sala para reducir el estrés en los pacientes y la describía como una iniciativa que nacía con el objetivo de crear un espacio diseñado para mejorar el cuidado del paciente en una situación de crisis, y que los profesionales puedan emplear alternativas a las técnicas habituales, dirigidas a disminuir la agitación y la conducta agresiva de algunos pacientes. El diseño de esta habitación permite reducir el estrés, la agitación o la agresividad de estos enfermos, a través de la utilización de los sentidos. De ahí que los ejercicios que los profesionales realicen se basen en los estímulos visuales, auditivos, olfativos y táctiles.”.

La semana pasada este otro artículo de Redacción Médica se hacía eco del Proyecto BETA, que forma parte del Plan de Humanización del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario del Henares (Madrid), un programa pionero cuyo fundamento “está basado en el respeto al paciente y en el uso de la palabra para que el paciente colabore en el tratamiento de la agitación. Entre las ventajas de este modelo se encuentran que se producen menos lesiones al personal sanitario y al propio paciente, se reduce la estancia hospitalaria y aumenta las posibilidades de que, en episodios posteriores, el paciente acuda al hospital voluntariamente".

Como veis, se trata de dos iniciativas muy loables que requieren del esfuerzo de los profesionales sanitarios pero también de la implicación de nuestros gestores.

Hasta el momento desconozco que exista alguna iniciativa similar en la Comunidad Valenciana y, si no existe, deberíamos luchar por ella. Un cambio de paradigma en la asistencia psiquiátrica es posible, nuestros pacientes y sus familias lo piden y nosotros tenemos la obligación de responder a esta demanda justa, lógica y humana. Ya somos algunos los profesionales, tanto facultativos como enfermeros especialistas, dispuestos a trabajar en esta línea. Ahora sólo nos queda esperar que este modesto artículo sirva para dar voz a esta necesidad en la Comunidad Valenciana y que esta voz no se apague, que sea capaz de llegar a esa vertiente humanista que debiera existir también en instancias superiores.

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