Bioética en tiempos de pandemia

El inicio de la pandemia del Covid-19 vino precedido por las informaciones que los medios de comunicación y las redes sociales nos hacían llegar desde China y, posteriormente, de nuestra vecina Italia. Desde Italia nos llegaron imágenes verdaderamente duras, algunas en forma de llamamientos desesperados a una humanidad aparentemente ausente en momentos de colapso del sistema social y sanitario.

Mientras tanto España, ajena y confiada, seguía su curso circulando libremente aunque algunos esperábamos prudentes a que saltara la noticia de que aquí también había llegado. Y así, a lo largo de la semana del 9 de marzo fuimos viendo como el huracán pandemia se acercaba hasta que el 15 de marzo llegó para quedarse.

No tardamos mucho en ser testigos de cómo la catástrofe nos azotaba y se llevaba por delante a muchos de los nuestros en unas condiciones que no parecían humanas. El miedo al contagio hacía necesario que los pacientes permanecieran aislados, sin más compañía que la del personal sanitario y nos deja testimonios como el de Julián Quirós, director de Las Provincias, o el del también periodista David Tejera. Ambos afortunadamente curados y ya en casa con los suyos, pero muchos otros se han ido solos, sin poder despedirse de los suyos o, con suerte, despidiéndose a través de una pantalla amablemente prestada por alguno de los sanitarios.

El conflicto ético que planteaba esta situación empezó a rondarme pronto, cuando las visitas de familiares se prohibían en la sala de psiquiatría. La situación así lo requería pues la prioridad era el control de la pandemia, pero ¿era lo correcto? ¿No podíamos buscar opciones para que nuestros pacientes y sus familias mantuvieran sus derechos? No parecía haber otra opción dada la falta de material de protección. Y nadie, ni familiares, ni sanitarios, ni pacientes, levantan la voz. Todos entendemos la gravedad de la situación y acatamos las órdenes, ¡ah  no, todos no! Valiente el colectivo de matronas que no aceptó que las futuras mamás no estuvieran acompañadas de los futuros papás y consiguieron una rectificación de la Conselleria de Sanitat.

Las UCIs, pioneras en materia de humanización de la asistencia como ya vimos en este post, se centraban en facilitar la asistencia psicológica, un aspecto nada banal, mientras yo me preguntaba: ¿el Comité de Bioética de España no tendrá nada que aportar? Pues bien, el 25 de Marzo emite este informe que habla sobre la priorización de los recursos sanitarios durante la pandemia (para entendernos, que quedara claro que criterios como la edad o la diversidad funcional no podían determinar el derecho o no a disponer de un respirador) como respuesta a una petición de la Dirección General de Políticas de Discapacidad, Secretaría de Estado de Derechos Sociales, Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, acerca de “las implicaciones éticas que para las personas con discapacidad pueden tener las Recomendaciones recientemente publicadas por el Grupo de Trabajo de Bioética de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (SEMICYUC), bajo el título de “Recomendaciones éticas para la toma de decisiones en la situación excepcional de crisis por pandemia covid-19 en las unidades de cuidados intensivos””. Nada acerca de la situación crítica de pacientes y familiares en sus últimos momentos de vida, nada sobre el acompañamiento, nada sobre despedidas… un aspecto fundamental del duelo porque, para poder elaborar un duelo, el primer paso es la despedida.

Pues bien, el pasado 15 de Abril, justo un mes después de haberse decretado el Estado de Alarma, cuando la cifra de los 20000 fallecidos tiene ya devastada a toda España, cuando muchos de ellos no han podido despedirse y sus familias corren el riesgo de enfrentarse a un duelo patológico, el Comité de Bioética por fin se pronuncia y nos redacta este informe “sobre el derecho y deber de facilitar el acompañamiento y la asistencia espiritual a los pacientes con Covid-19 al final de sus vidas y en situaciones de especial vulnerabilidad” y del texto yo destaco lo siguiente: “no hay duda de que procurar el oportuno acompañamiento de un ser querido en el momento de la muerte, así como el apoyo espiritual o religioso cuando lo soliciten, es un esfuerzo a todas luces justificado y un acto superior de humanización.”.

Me consta que todo el personal sanitario ha hecho un esfuerzo extraordinario para que en el tránsito de los pacientes hacia esa otra nueva vida que algunos creen que es la muerte, se hayan sentido acompañados, pero todos sabemos que aunque es muy de agradecer no es suficiente. Aunque tarde, aún estamos a tiempo de enmendar el error al que nos hemos visto abocados por la situación, hagámoslo.

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